Capítulo II: Importancia y objetivos de la Pintura Colonial
Las diferencias entre el simbolismo andino
(basado en una concepción geométrica de la realidad) y el realismo español no
permitieron una adecuada interpretación de las obras producidas antes de la
llegada de los peninsulares. La tradición de la que provenían los españoles no
exigía un conocimiento previo de los elementos, bastaba mirar la pintura para
entender el mensaje del autor. En cambio, la tradición andina exigía un
conocimiento de los símbolos que muchas veces estuvieron restringidos a un
sector elite.
Fue esta falta de entendimiento la que llevó a los españoles restarle
importancia a las obras producidas por los andinos y lo que los condujo a
destruirlos en su mayoría. Tan solo quedaron los quipus y algunos uncus con
tocapus como muestra de la complejidad simbólica del mundo andino.
Ante esta situación, los indígenas fueron apropiándose poco a poco del lenguaje
artístico traído por los españoles. Otros, los más hábiles, lograron plasmar
sus creencias en pinturas representativas de la sagrada familia, superponiendo
para ello elementos andinos sobre figuras sagradas.
Las pinturas jugaron un rol importante después del primer desencuentro entre
las tradiciones españolas e incaicas. Los peninsulares se dieron cuenta de este
gran obstáculo y decidieron romper la falta de comunicación entre ambos grupos
utilizando la pintura. En la etapa de evangelización los cuadros de la sagrada
familia, de Cristo crucificado, de santos y mártires fueron utilizados como
herramientas para la enseñanza de la fe católica. Así, durante la segunda parte
del siglo XVI, la pintura al igual que otras manifestaciones artísticas fueron
monopolizadas por la iglesia. Con el afán de una mejor evangelización encargaban
muchos cuadros con temas específicos (alusivos a la sagrada familia, pasión de
Cristo, etc.) a los más importantes talleres andaluces y sevillanos.
En estos trabajos se nota la influencia del renacimiento italiano. La época de
mayor auge de esta tendencia fue cuando llegó al Perú el jesuita Bernardo
Bitti. Desde 1575 difundió su obra por todo el virreinato, a pesar de que su
taller se encontraba en Lima. Bitti fue el primero de una serie de pintores
extranjeros que llegaron al Perú para ponerse al servicio de la iglesia. Junto
al maestro jesuita Leonardo Bitti destacan, dentro de la corriente italiana
llegada al Perú, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro.
Con los años, la iglesia optó por el naturalismo y por el realismo descriptivo,
tal vez prefigurando la escena local para la llegada del barroco. En este
tránsito el antimanierismo y contramanierismo fueron utilizados con fuerza
entre los pintores locales. El antimanierismo apeló a crear mayor sensibilidad
a través de los efectos visuales que el autor le otorgaba a la pintura. Manos y
cuellos alargados, posturas rebuscadas y efectos dramáticos demostraban la
manera que tenía el artista a la hora de representar al mundo. Destacan la
Virgen de la leche (Pérez de Alesio), La coronación de la virgen (Bernardo
Bitti).
El barroco llegó al virreinato peruano con las pinturas encargadas por el
convento de Santo Domingo al gran pintor sevillano Miguel Güelles. Sus obras
reunidas bajo la serie La muerte de Santo Domingo tuvo un impacto profundo en
el medio limeño, pues su naturalismo e idealismo fueron las características
comunes en las pinturas locales del siglo XVII. En este siglo la proliferación
de aristas españoles propició la apertura de varios talleres no solo en Lima,
sino también en las principales ciudades del virreinato peruano. Estos talleres
tuvieron en Zurbarán (artista español, 1598-1664) uno de sus principales
referentes. Muchos de sus cuadros fueron copiados o sirvieron de molde para
nuevas producciones. De igual manera, algunas de sus obras llegaron al Perú y
fueron motivo de orgullo y satisfacción para la orden religiosa que lo había
encargado (En Lima algunas de sus obras se pueden apreciar en el iglesia de la
Buena Muerte).
Sin duda, Cuzco fue durante el siglo XVII uno de los referentes pictóricos más
importantes del virreinato peruano. La presencia de Bernardo Bitti (1583-1585 y
1596-1598) en el Cuzco tuvo un gran impacto en la plástica cuzqueña. Sin
embargo, a pesar de que el "movimiento italiano" fue base para muchas
de las obras producidas en esta ciudad, lo cierto es que se empezó a dejar
elementos y a incorporarse otros propios de la región. En otras palabras, se
desarrolló con los años una personalidad y lenguaje diferenciado que sin duda
reflejan la personalidad de los pintores (la gran mayoría andinos y mestizos) y
también cuál era su base de inspiración (fue Rubens el artista predilecto por
los talleres cuzqueños). Uno de ellos fue Diego Quispe Tito, pintor vernacular
que se inspiró en los cuadros flamencos naturalistas y de los que tomó el
paisaje para recrearlo con motivos andinos.
Ya en el siglo XVIII los talleres pictóricos cuzqueños tuvieron una producción
casi en serie. Sólo los maestros firmaban el lienzo pues tenían a una serie de
artistas especializados dedicados a la pintura de un sector del cuadro (manos,
rostros, cuerpo, fondo, etc). Es por ello que los artistas anónimos fueron los
verdaderos impulsores de la corriente cuzqueña pues a su trabajo le añadieron
los elementos propios de la cultura local. En este punto es importante agregar
la trascendencia que tuvo la afirmación de los señores étnicos y la nobleza
andina, que para mediados del siglo XVIII tuvieron una fuerte posición
económica y social. En su reafirmación andina encargaron cuadros de incas y
retratos en los que dejaban muy en claro el orgullo por su pasado.
Durante el siglo XVIII, Lima continuó produciendo pinturas barrocas de gran
influencia hispana. Sin embargo el arte ya no fue exclusividad de la iglesia.
La corte virreinal y la nobleza tuvieron acceso a la pintura a través de los
retratos. Estas pinturas eran más festivas y con un lenguaje pictórico mucho
más profuso que el del siglo anterior. Las pinturas de Cristóbal de Lozano y
Cristóbal de Aguilar son las más afamadas, pues retrataron a los virreyes más importantes
del siglo de las luces.
Al final de la centuria dieciochesca ingresó al virreinato peruano el rococó
francés, aunque su mayor influencia se dio en la arquitectura. De igual manera,
el neoclasicismo tuvo poca influencia en la pintura peruana, aunque resaltan
ciertas obras de Matías Maestro.
Símbolos Indígenas |
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